martes, 1 de noviembre de 2011

Mi noche de Halloween

¿Cómo podemos conocer la frontera que está entre la razón y la demencia?
Con el paso del tiempo los recuerdos se deterioran, perecen, o cuanto menos, agonizan.
No sabría decir cuantos años hace ya de los crímenes que se me acusan y que nunca cometí.
A veces, es mejor afrontar la realidad tal y como se nos viene encima. Hay cosas que no tienen explicación, aunque muchos intenten encontrarla.
¿Qué puedes hacer cuando todo apunta a ti y eres inocente? O al menos, eso recuerdas.
Esta fue la historia que repetí cientos de veces, pero naturalmente nadie creyó en ella, nadie cree en las historias de Halloween:


Ajenos al mundo, entre jadeos y gemidos descontrolados, perdimos la noción del tiempo. Allí nos encontrábamos. Haciendo el amor como si no hubiera mañana. Entregados el uno al otro en una pasional burbuja de infinito y desmesurado deseo sexual.
El sudor recorría en forma de lágrimas el canal que daban paso mis pechos palpitantes y se perdía en mis caderas, como ríos rebosantes de vida.
Lentamente, me deslizaba por su cuerpo empapado provocando una tremenda excitación, haciendo que sus músculos se endurecieran al paseo de mis labios recorriendo su vientre, llegando a lamer ciertas partes que hizo estremecerse de placer…

Poco a poco y llegando al punto álgido del momento, fuimos despertando de aquella fusión carnal en la cual nos encontrábamos absortos. Nos abandonamos exhaustos al calor de nuestros cuerpos hasta recobrar las fuerzas para levantarnos. Antes de que él lo hiciera, me incorporé súbitamente sorprendiéndolo con un mordisco en la oreja para luego comerle el cuello a besos.

Los gritos de Sarah hacían eco en nuestros oídos traspasando los cristales de las ventanas, vibrantes como zumbido de abeja ante un tono tan extremadamente agudo como el de ella.
-         ¡Robert!, ¡Marina! –chilló- ¡Salid ya u os quedaréis sin jugar! ¡Vosotros veréis!
Rápidamente nos vestimos y salimos de la caravana, antes de que Sarah hiciera estallar los cristales en mil pedazos.

Fuera de la caravana nos aguardaba una inmensa y amarillenta luna llena con nubes nocturnas danzando al son de la noche. Allí estábamos, albergados en lo más profundos del bosque, sin más protección que nosotros mismos y sin más refugio que la caravana de Mike.  

Fue una locura, siempre lo diré. Una vez nos adentramos en el bosque, la negra espesura de la noche nos envolvió en sus gélidas alas, perdiéndonos en la soledad de aquel santuario de vegetación.

Algo captó mi atención. Un búho nos observaba con sus ojos amarillos desde la rama de un sauce. Empezó a ulular rompiendo el silencio tenebroso. Al cabo de unos segundos cesó. Alcé la mirada al cielo, para contemplar como las nubes pasaban más deprisa de lo normal. Me estremecí ante tan siniestra situación.
Un atisbo de cordura me hizo reflexionar sobre si hubiese sido mejor quedarnos en alguna casa viendo películas de terror, pero ya era demasiado tarde para echarse atrás. Comenzaba la noche de Halloween.

-         Marina, no te quedes ahí. Ven a jugar – me invitó Sarah.
-         ¿A qué?
-         Robert ha traído un juego nuevo.
-         Sorpréndeme, mi amor –dije con sarcasmo acercándome al corro que habían formado, sin ser consciente de la tragedia que se cernía sobre nosotros.
-         Lo encontré en el desván. Es un juego que tiene siglos. Ha pasado de generación en generación. Lo tuvieron mis tatarabuelos, seguidamente mis bisabuelos, luego mis abuelos, y finalmente mis padres. Es parecido a la Ouija, simplemente es más acojonante.
-         ¿Y en qué consiste? –preguntó Mike expectante. Le atraía mucho toda cosa que tuviese historia. Su padre era anticuario, y como tal le inculcó ese placer y curiosidad por los objetos olvidados.
-         Se llama daemonium revertit. Ponemos el tablero en medio, de forma que nosotros hemos de colocarnos a su alrededor. Solo pueden jugar cuatro personas, es decir, los que estamos aquí: Marina, Mike, Sarah y yo. Cada uno se sentará en una esquina del tablero y hablará con su respectivo demonio. Podrá hacerle un máximo de tres preguntas y luego rotaremos, ¿de acuerdo?
-         ¡Oh, vamos! Esto es ridículo…-rei.
-         Eres una cagada, ¿lo sabías? –espetó.
Robert me conocía muy bien. No hacían falta demasiadas palabras para incitarme a hacer algo contra mi voluntad para demostrar mi valentía. Así que decidí jugar.
-         ¿Cagada dices? A ver quién es la gallina que se retira primero- solté.

Robert comenzó a hacer la primera pregunta, luego Sarah, después Mike y… finalmente mi turno. No llegué a articular palabra cuando el tablero comenzó a moverse.
Asustados, todos dimos un salto hacia atrás, abrazos como niños en noche de tormenta.

Se desató un fuerte viento llevándose consigo a Sarah, lanzándola con violencia contra un tronco de árbol calcinado.
Presos del pánico tardamos varios segundos en reaccionar ante el aullido de socorro de Sarah.
La así por los brazos para ayudarla a levantarse, cuando apareció de entre las sombras una figura corpulenta que inspiraba terror. La tenue luz de la luna incidió en su rostro dejando ver un semblante desfigurado, con jiras de carne desprendidas de su faz maléfica. Agarré a Sarah con todas mis fuerzas, pero cuanto más me oponía a mi adversario sus ojos rojos y ensangrentados se dilataban clavando su mirada en los míos.

Di varios pasos atrás, colocándome junto a Mike y a Robert. Aquel despojo viviente dio un paso adelante, nos brindó una risa demoníaca y luego prendió en llamas con Sarah.
Pudimos observar con el corazón paralizado como Sarah se deshacía entre alaridos. Su rostro y su cuerpo se fundían como lava, desprendiendo un hedor a carne quemada.

Robert, Mike y yo nos encogimos abrazados, temblando. Es curioso como el pánico es capaz de tragar todo un mar de lágrimas y acallar un valle de sufrimientos enquistados en el alma.

Una vez pasó todo volvió la calma, pero no por mucho tiempo. Después de tan largo rato sumidos en el regazo de un silencio espectral, el primero que reunió valor y coraje para emitir palabra fue Robert.
-         Chicos, voy a recoger las cosas. Las meteré en la caravana y mañana temprano abandonaremos este lugar. Cerraremos bien todas las ventanas y la puerta.
Mike y yo solo conseguimos asentir.

Robert desapareció en la oscuridad. Mike y yo nos mantuvimos sumidos en el silencio.
No pasaron ni dos minutos cuando escuchamos ruidos extraños. Aquel vociferar parecía salido de las entrañas de una bestia.
Nos acercamos donde estaba la caravana para reunirnos con Robert. El horror iba en aumento: Robert yacía encima del tablero. Sus extremidades estaban completamente descuartizadas y sus órganos colgaban por todas partes, quedando su vientre mutilado.
El riachuelo de sangre nos alcanzó los pies.

Mike y yo. ¿Quién sería el siguiente? Ambos nos cogimos de la mano. Apretamos la mandíbula y corrimos cuanto pudimos hasta llegar a la caravana. Entramos, cerramos las ventanas y pusimos una barra de metal en la puerta.

Nos tumbamos en el colchón que habíamos dispuesto en el suelo Robert y yo antes de que la fatalidad se hubiese desatado.
Cogimos una manta y nos tapamos, sin soltarnos de la mano. Un tiempo después conseguimos tranquilizarnos. Cerré los ojos.

Desperté. Me había quedado dormida. ¿Cómo pude haberlo hecho? Tal vez con la esperanza de que al despertar todo fuese una pesadilla.
Sentí húmeda la manta y el colchón. Estaban condenadamente húmedos y fríos. Demasiado…
Me incorporé súbitamente. El suelo, el colchón, la manta,… todo, absolutamente todo era un mar de sangre y cristales.
Una de las ventanas estaba rota, y la cabeza de Mike descansaba sin cuerpo a mi lado, con los ojos en blanco y una mueca de dolor dibujada en sus labios morados.
Las náuseas se apoderaron de mí. Me encerré en el baño durante un par de horas. Sin duda, aquella fue la noche más larga de mi cruda existencia.

Me armé de valor. ¿Qué hacía yo encerraba en el baño de la caravana mientras mis amigos estaban muertos?
Salí afuera. Desde allí podía ver no muy lejos el cuerpo de Robert comido ya por los insectos.
Me aposté en la puerta, ahora sí, llorando. Ya no me importaba nada. Había perdido a mis amigos y al amor de mi vida. Solo quedaba yo, así que esperé horas y horas para enfrentarme a un extraño que nunca llegó.

Por fin amaneció. No podía creer que pudiera ver nuevamente el sol, aquel fenómeno que parecía no había visto en una eternidad.

Arranqué la caravana para volver a la cuidad. Me esperaba lo peor: dar explicaciones de lo sucedido. ¿Cómo justificaría la mugre en la que estaba envuelta, las muertes de mis amigos, mi ropa raída,…?

Dos semanas después…

El inspector Jakobson me mostró la segunda columna de la primera portada del periódico del día:

Tras dos semanas de incertidumbre, el juez Abbot ha dictaminado sentenciar a la acusada Marina Holder a cadena perpetua tras estudiar los crímenes acontecidos en el bosque cerca de Norland.

-         ¿Y mis padres?-pregunté después de estar varios minutos en silencio.
-         En casa- respondió.
-         ¿No piensan venir a verme?
-         No por el momento. Están muy afectados, Marina.
Las lágrimas comenzaron a emanar por mis ojos anegados de rabia ante tal impotencia.
El inspector me miró comprensivamente y por última vez después de dos semanas preguntó:
-         ¿Por qué no cuentas la verdad?
-         No estoy segura de que la haya.
-         Sabes lo que te espera ahí dentro.
-         Ya me había hecho a la idea. ¿Para qué esperar más?

2 comentarios:

  1. te amo cielo, con todo mi corazón, no sentía hasta que te conocí... te adoro, perdoname vida...

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  2. como me gusta leer tus cosas... tenia tanta ilusion por ver que escribirias... ya no podré, pensaba que a ambos nos gustaba escribir y compartiamos cosas juntos además de felicidad... te echo tanto de menos para todo aunque te parezca mentira para comer también porque cuando como algo que no se que es y esta rico me acuerdo de ti porque quiero que lo pruebes y lloro.. te quiero con mente, corazon y estomago, todo...

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