domingo, 4 de marzo de 2012

Palabras perdidas de un diario civil

<< Aún sigo soñando con volver a reencontrarme con aquellos ojos grises que desamparé entre sombras y dinamita, entre el dolor y espectros de sueños quebrados. El recuerdo de aquel día polvoriento y mancillado de ausencias lejanas martillea mi conciencia en un ritual macabro henchido de remordimientos punzantes. Toda guerra deja su huella marcada para siempre. Tal vez el abandono de un hijo será la cicatriz que nunca sanará en mi corazón. Pero ni siquiera la guerra consigue mitigar la esperanza cuando de verdad se desea con el alma >>.

Octubre de 1939



Alborecía una mañana plañidera en enero de 1937. El cielo, encapotado como una sábana enlutada, ocultaba las calles en un amasijo de melancolía y soledad. Comenzó una llovizna tan suave como el silencio que albergaba las plazas y avenidas. Las nubes avanzaban paulatinamente hacia el este, como si con ellas arrastraran el terrible peso de la vida. Una bandada de ruiseñores coronaba aquel aire espeso y abrumador. La tierra estaba impregnada de un asfixiante hedor a muerte y a pólvora.

Amalia se encontraba desmayada en el suelo al recibir un fuerte impacto de una viga que se había desprendido como consecuencia del derrumbe del piso que se produjo al estallar una bomba.
El destello de luz polvoriento de una nueva ensordecedora explosión hizo que recobrara conciencia de donde estaba y qué ocurría. Corrió escaleras a bajo acompañada de lágrimas que le enturbiaban la visión y la dificultad de sortear toda clase de muebles resquebrajados que se interponían en su camino.

La afirmación de la casualidad no es más que negar la lógica de las experiencias que nos brinda la vida, aunque en ocasiones nunca lleguemos a comprenderlas.
Nunca entendió porqué el destino le otorgó la desalentada imagen de presenciar una bala atravesando el pecho de su marido en el bastidor de su casa. Mientras se deslizaba moribundo dejando un surco de sangre en la pared, le lanzó una mirada de despedida y antes de que la agonía pudiera enmudecerlo susurró: <<llévatelo… >>.
Presa del pánico obedeció. Cogió al pequeño Miguel, y lo envolvió en una manta áspera de cuando su padre ejercía la milicia. Una manta marrón como el color de una España marchita.
Antes de salir acarició los labios de su difunto marido por última vez y de nuevo retumbó en sus oídos: <<llévatelo>>.

Al salir de aquel fárrago en que se había convertido el hogar de su familia ya no tenía lugar en un mundo tan sórdido como en el de aquellos años de penuria.
Ya en la calle, una burbuja arenosa enfundó la trémula silueta de ambos. Gritos espeluznantes, llantos desgarradores, cuerpos sin alma mutilados por doquier, sangre, disparos, bombardeos… ¿Qué podía hacer una mujer sola con un bebé en medio de una patria perdida y en guerra? Advirtió que pronto morirían los dos si no hacía algo, ¿pero qué?
El convento del pueblo había ardido en llamas hacía un par de días y el hospital se había transformado en un santuario de fantasmas que no veían la hora de que la muerte les proporcionara la paz que tanto ansiaban, lejos del verdugo apocalíptico.
La desesperación apremiaba encontrar soluciones raudas, así que pronto emergió la idea de abandonarlo en un camión militar que se hallaba a escasos metros. En los brazos de su madre el bebé auspiciaba una muerte segura. Así que procedió a la acción.

Mientras los civiles despojaban a las gentes de sus casas a balazos y patadas aprovechó para dejar a su hijo en la parte trasera del auto militar. Se despidió con un beso en la frente. Las lágrimas de Amalia recorrieron las mejillas macilentas del niño. La miró como si comprendiera la tesitura en las que ambos estaban involucrados.
Avistó que los guardias se acercaban hacia ellos y con el alma hecha jiras de dolor se esfumó de allí entre nubes de polvo y desolación.

Cinco años después (1942)…

-         ¡Extra, extra! Vamos señores, que se me van de las manos. ¡Extra, extra! Una nueva guerra se desata en Europa- anunciaba el voceador.

Los periódicos volaron de las pequeñas manos que sujetaban toda aquella  pila de páginas impresas que divulgaban el advenimiento de más infortunios.

La Guerra Civil había arrasado con las vidas e ilusiones de un país que se encontraba sumido en franca decadencia, a la sombra de una nueva guerra que afloraría presurosa en Europa.

Desde hacía tres años Amalia residía en Las Palomas, una pequeña pensión cuyo negocio pasó a manos de Isabelita, una mujer que enviudó cuatro años atrás, cuando la benemérita destapó los turbios tejemanejes de su esposo, implicado en el tráfico de vinos y de falsa documentación de identidad.

Durante dos años había sido un espíritu ambulante. Bailaba en las plazas para ganarse unas pesetas con las que poder comer y cobijarse en algún lugar seguro, hasta que un día Isabelita la encontró tirada cerca de la pensión con las ropas raídas y un par de arañados en las piernas. La compasión que despertó Amalia sumada a la bondad de la dueña de la pensión sería el comienzo de una gran amistad.
La pensión estaba constituida por despojos humanos a los cuales la guerra les había robado a sus maridos, mujeres, hijos, nietos, sobrinos… y lo único que les quedaba eran ellos mismos, la memoria de los que ya no estaban y la pequeña familia que conformaron entre los vecinos de Las Palomas.

-         La mayor parte de una persona se compone de recuerdos y no de agua como dicen- dijo Isabelita al ver que Amalia se encontraba apoyada en el mostrador de la pensión con la mirada perdida. No sabría decir si fumaba el cigarro que sostenía entre sus menudos dedos o si era el cigarro quien se consumía a ella, ajena al exterior.

Amalia le correspondió con una sonrisa muda.

-         Me han hecho una proposición.
-         ¿De qué hablas?
-         Marcial, el del bar… Me ha prometido que a cambio de una noche me ayudará a encontrar noticias sobre Miguel. Tiene un par de amigos civiles que…
-         ¡Calla, calla!
-         Necesito saber de mi hijo…
-         Allá tú, chica. Pero si luego te paga con engaños a mí no me vengas.
-         Además, también me dará unos cuantos cuartos para poder pagarte el alojamiento.
-         ¡Ay, chica, de verdad! Soy tu amiga, conmigo no hace falta…
-         Por eso que eres mi amiga necesito que me apoyes, por favor.

Isabelita la miró con reprobación para luego darle un abrazo.

- Está bien, pero ándate con ojo- dijo al fin. Amalia la besó en sus pómulos morenos, señal de una dura infancia trabajando en el campo.

                                                       ***

<< Todos decimos de este agua no beberé, hasta que te topas con la desesperación en una esquina. Entonces, tus principios se desmoronan como la espuma del mar cuando perece en la orilla>>, se dijo Amalia una vez pulsó el timbre de la casa de Marcial.

El dueño del bar la saludó con una sonrisa ladina y la invitó a pasar ofreciéndole una copa de brandy. La aceptó y se la bebió de un solo trago con la esperanza de poner fin al tembleque de piernas.
Mientras Marcial la conducía hasta su dormitorio, su mirada paseaba por una estancia condecorada con medallas, vestuario y diplomas militares. Una vez en la habitación Amalia inspiró aire, cerró los ojos y entró.

La alcoba era húmeda y fervorosa, todo un repertorio santoral repleto de crucifijos e imágenes de santos. Sintió un leve escalofrío cuando le rodeó la cintura con sus brazos, empujándola hacia el lecho.
Quiso volverse para despojarse de su vestido, pero él la sorprendió con un suave mordisco en los labios para lentamente tenderla en la cama.
Amalia se incorporó para desabotonarle la camisa con un desfile de besos que recorrió su pecho ardiente de deseo.
Él se abalanzó sobre Amalia oprimiendo delicadamente los excitados senos que se adivinaban por el escote del vestido, gimiendo al contacto de los dedos de Marcial acariciando su entrepierna.
Segundo a segundo, la falta de ropa iba descubriendo los cuerpos de ambos enredados en las sábanas rojas aterciopeladas.
Ella lo montó de un salto y, con ojos chispeantes de arrepentimiento y fogosidad, comenzó a cabalgarlo por espacio de una hora. Cada una de las embestidas que le proporcionaba era un rayo más de esperanza. Los alaridos de placer acallaron las lágrimas que pateaban su alma clamando libertad. Poco a poco, la calma envolvía aquellos dos cuerpos sudorosos, una vez él había alcanzado la culminación.

Marcial se incorporó de lado para acariciarle las mejillas, aún con el brillo de excitación rezumando en sus ojos marrones intensos.

Cogió su cartera de la mesilla de noche y le tendió un billete de mil pesetas; luego, salió de la habitación.
Amalia se vio reflejada en el espejo de un armario. Reconoció a una extraña de apenas treinta años, más demacrada que el día anterior y con ojeras, a la que la guerra le había robado la juventud, el alma y la ilusión. Siempre fue una anciana disfrazada de joven. El hambre, las enfermedades, la miseria y el deseo de un futuro mejor fueron sus únicos acompañantes durante aquellos años.
Rápidamente, agarró su indumentaria, el billete y se vistió al escuchar que unos puños llamaban a la puerta de entrada. Pensó que podría tratarse de un familiar de Marcial, pero la realidad fue muy diferente. Dos disparos hicieron sobresaltarse a Amalia, que permaneció escondida bajo la cama durante diez minutos hasta que reunió el valor suficiente para salir de la habitación. La puerta de la casa estaba abierta, y en el suelo del salón yacía Marcial con dos perforaciones en la cabeza, de la que fluía un manantial de sangre que alcanzó sus pies temblorosos y fríos como el mármol.

Al cabo de unos días supo que la muerte de Marcial se debió a la osadía de sublevarse cuando ejercía de militar años atrás. Era un número más de tantas personas que integraban la lista negra de individuos a exterminar.
La única persona que podía ayudarla ya no existía. En aquel momento recordó unas palabras que su abuelo le dijo cuando era una niña: <<Cuando todo en la vida se torne sufrimiento tienes el derecho a caerte cuantas veces haga falta, pero no olvides que a cambio tienes la obligación de luchar>>.

                                                       ***

Quince años después (1957)…

<<En ocasiones me pregunto de dónde saco fuerzas para seguir escribiendo en este diario. En todas las páginas he desahogado mi corazón y la ridícula ilusión de volver a ver a mi hijo que, si es que sigue vivo, es ahora un hombre. Después de tantos años he aprendido que la vida es un cóctel de humor negro e ironía. He comprendido que hay que nacer riéndose de ella si no quieres sucumbir ante la realidad>>.


Febrero de 1957


Amalia se dispuso a guardar su diario cuando unos golpes atronadores y una vocecilla rota insistían en que abriera la puerta.

- ¡Hombre Román! ¿Qué ocurre?- le dijo a uno de los huésped de Las Palomas.
- ¡Es Isabelita, Amalia! ¡La han matado! Al parecer las deudas de su marido no están suplidas. Una mafia de traficantes en las que su difunto esposo se hallaba involucrado se ha hecho con el negocio. Uno de ellos es el hijo de un civil que se dice quiere vengar lo que le corresponde a su padre, fíjese usted qué locura. Están desalojando a todos los vecinos y van armados. Tenga usted cuidado, por dios.

Tras unos minutos presa de conmoción observó como el viejecito se alejaba con pasos lentos y temblones. Luego, echó a correr hacia donde estaba el cuerpo interfecto de Isabelita. Cuando llegó, aquellos desalmados estaban haciendo salvajadas con el cuerpo de su amiga. Quiso defenderla, pero todos ellos estaban portados de cuchillos y pistolas, así que echó a correr de nuevo para encerrarse en su habitación y ponerse a salvo de esos cretinos.
Uno de ellos la persiguió con una pistola entre sus manos. Todos los vecinos trataban de huir despavoridos.

Amalia cerró con pestillo, pero fue inútil. Aquel criminal derribó la puerta de dos empujones. En un ataque de nervios, Amalia agarró lo primero que pudo: una lamparita. La lanzó contra aquel hombre que le inspiraba terror, hiriéndole la cara con una lasca que saltó. Los ojos grises inyectados de rabia se posaron sobre los de ella. Entonces se dio cuenta de la sombra que tenía delante. Aquella sombra a la que había dado vida veinte años atrás. Sin más, aquella figura oscura apretó el gatillo.

Antes de irse contempló un diario con adornos dorados que había sobre la cama. Examinó su contenido y luego lo dejó donde estaba.

-         ¡Miguel! Vamos, coño. No tenemos todo el día para desalojar a toda esta panda de miserables- gritó uno de sus camaradas.
-         No te preocupes, ya he terminado con la última- dijo cerrando la puerta. Sin entender porqué cruzó la pensión con un vacío extraño. Volvió la mirada hacia la habitación, como si hubiese dejado allí parte de su alma.
MyFreeCopyright.com Registered & Protected

domingo, 12 de febrero de 2012

Sentémonos todos a comer un pollo

¡¡Hola de nuevo, mis lectores!! Siento haberme ausentado durante un mes y medio, pero las obligaciones me reclamaban.
He regresado con muchas ganas de escribir y compartir mis pensamientos con vosotros.
Sin más preámbulos aquí os dejo mi último escrito.

Hace más de un mes me encontraba cenando con los oídos centrados en la televisión. Escuchaba las noticias de Antena Tres, cuando casi se me atraviesa un trozo de pollo que seguramente después de frito, cocinado y machacado, se había acongojado al igual que yo del reportaje que estaban televisando.
La premisa era la siguiente: << El obispo de Córdoba, Demetrio Fernández, ha acusado en su carta semanal a "algunas escuelas de secundaria, dentro de los programas escolares" y a los "medios de comunicación" de incitar a la fornicación >> (http://www.hoy.es/rc/20120112/mas-actualidad/sociedad/obispo-cordoba-acusa-escuelas-201201122231.html Consulta: 12 de febrero de 2012).
¿Era o no razón para que el trozo de pollo pusiera fin a esta mi existencia? Anonadada quedé (y el pollo, también).

El prelado comunicó a todos sus fieles y no tan fieles que << Cuando la sexualidad está desorganizada, es como una bomba de mano, que puede explotar en cualquier momento y herir al que la lleva consigo >> (http://www.cadenaser.com/sociedad/articulo/obispo-cordoba-pide-huya-fornicacion/csrcsrpor/20120112csrcsrsoc_3/Tes Consulta: 12 de febrero de 2012). A mi parecer, y seguro que si no me hubiera comido el pollo, él también estaría de acuerdo conmigo (sin ánimos de frivolizar); hay bombas más peligrosas que matan día a día a miles de niños e inocentes; esas sí que ocasionan más dolor que << la bomba de la sexualidad >> y de ello no se habla. Debería el señor prelado, que tan desosegadamente vive por la sexualidad de sus semejantes, ocuparse de cuestiones más serias y dejar que cada individuo goce alegremente como le dicte su alma.

Por otro lado, proyecto un dardo a favor del obispo cordobés. Cierto es que en los medios de comunicación y la publicidad en general nos ametrallan a todas horas con anuncios sexistas (y entiéndase como “término referido al sexo” y no como “término que designa la discriminación de un determinado sexo”). En las últimas décadas del siglo XX se olvidaron de poner el freno al carro que porta la censura y ese es un error en el que nuestra generación patina hoy en día. Ha incrementado la banalidad y ha descendido la inocencia con suma celeridad en los últimos años. No hay más que ver las series, programas, páginas web… que hacen alusión al sexo constantemente.

Lo que no logro entender es lo de la incitación a la fornicación en las escuelas de secundaria: ¿cuándo ha sucedido eso?, ¿dónde estaba yo? Seguramente, comiéndome un pollo.
Está claro que si los centros escolares llevan a cabo un programa para la educación sexual van a ser criticados, y si no toman ninguna iniciativa, pues también. ¡Válgame la razón! En esta vida es imposible acertar hagas lo que hagas. Será mejor que todos nos sentemos a comer un pollo y que nadie mueva ni un solo dedo.

domingo, 1 de enero de 2012

Quisiera ser

Quisiera ser como viento:
libre, volátil, fugaz;
que en todos los rincones entra presto,
sin temores, sin miradas, sin nada, voraz.

Quisiera ser como el pensamiento:
invisible a los ojos de los demás;
penetrar en lo más profundo, en los adentros,
y allí perecer en esencia, sin más.

Quisiera ser como el firmamento:
ancho, sabedor, sin fronteras, sagaz;
brindar fidelidad a mi condicionamiento,
que no es más que pensar, soñar y amar.

jueves, 8 de diciembre de 2011

Uno de mis frecuentes viajes hacia el interior


Ayer, estando sumida en el silencio de mi casa sin más compañía que un libro de Galdós que tenía ante mis ojos la tarde iba menguando y los rayos solares languidecían ante la noche que se avecinaba sobre el restante día. Entonces, permanecí en trancé un buen rato. Tenía la vista cansada y decidí dejar de leer.
La penumbra de mi habitación y la imagen de una tarde que se desdibujaba a través de la ventana me hicieron adentrarme en lo más profundo de mí. Así que, como dije antes, abandoné mi lectura para otro momento y me puse a reflexionar. De vez en cuando es sano estar a solas con uno mismo y ponerse a pensar, aunque sea un poco.


El mundo está cambiando a una velocidad inimaginable. Algo tan simple como que hoy estén de moda los pantalones pitillos y mañana se lleven los acampanados da pavor. Puede sonar gracioso, puede sonar exagerado, pero es la verdad. El ser humano no está preparado para asimilar cambios tan bruscos y nos empeñamos en hacer las cosas a la ligera, y lo peor de todo es que lo hacemos mal; rápido y mal.
Cada paso que damos en la vida hay que saber degustarlo, tanto para bien como para mal, pero hay que disfrutar cada pisada y cada zapatazo que se da, pues al final es eso lo que nos quedará: el recuerdo de lo que alguna vez hicimos.


He de dar las gracias por haber nacido a finales del siglo XX, en España, en Andalucía, en una ciudad como Jerez, en el seno de una buena familia. Gozo de que todas mis necesidades básicas y secundarias están cubiertas. No obstante…, algo falla en todo esto. Hay algo que hace replantearme si el siglo XXI es de verdad el progreso o el retorno del retroceso, es decir, la vuelta a lo mundano, a echar el cerrojo a nuestras mentes.


Cuando salgo afuera y observo lo que me rodea, la mayor parte de lo que oigo y veo es meramente superfluo. Nos encontramos en el epicentro de un mundo minimalista. Nadie (o me consta que poca gente) ve más allá de tres palmos de sus narices.
El mundo gira, el tiempo pasa, nuestras horas están contadas y no nos damos cuenta de que nuestros pies se mueven en una realidad prácticamente mecanizada. Explico esto último: suena el despertador, nos levantamos. Tomamos un baño y desayunamos. Nos vestimos para ir al trabajo o a estudiar. Comemos. Nuevamente, volvemos a ponernos manos a la obra en nuestro trabajo. Llega la noche y estamos cansados. Cenamos. Encendemos la tele hasta que nos entra sueño. Vamos a la cama. Así un día tras otro. ¡Pero esto no queda en días! Sino que los días se vuelven semanas, y las semanas se hacen meses, y por consiguiente los meses se convierten en años.
Nuestras vidas funcionan como la maquinaria de un reloj: a tal hora debemos tener hecho esto o tenemos que hacer esto otro.
Luego nos sorprendemos de lo rápido que pasan los años y lo que no sabemos es que el tiempo pasa más aprisa cuanto más vacío está.


Si a esta mecanización le sumamos la superficialidad en que patina esta nuestra sociedad, entonces ya sí que el mundo adopta un color grisáceo.
¿Dónde hemos dejado la profundidad, la esencia de las Cosas?
No hace mucho, antes de las elecciones, escuché señoras que votaban a los candidatos para la presidencia según el grado de hermosura de los susodichos.
¿Cuántas veces hemos sido testigos de gente que admira a famosos por su exterior, por la funda que les envuelve en vez de por su valía personal? ¿Cuántas?
He aplicado el ejemplo de personajes famosos, pero la situación se agrava cuando somos incapaces de reparar en lo más cercano a nosotros.
Hemos aparcado a un lado el fondo de las Cosas. Nuestra sociedad ya no se preocupa por escarbar y alcanzar ver en el interior de los Elementos.
Hemos olvidado analizar con el ojo crítico que se ubica en nuestra mente o alma.


No sé si llevo razón, me estoy volviendo muy sensible con los años o es que dedico demasiado tiempo a pensar, pero la cuestión es que quería plasmar y compartir lo que pienso con vosotros.


Hemos progresado muchísimo tecnológica y científicamente, cosa de la que me siento inmensamente orgullosa. Pero… ¿y el desarrollo personal?
El mundo violento y egoísta en el que nos desenvolvemos ha fabricado una sociedad insensible.
Me pregunto a cuánta gente le hará feliz algo tan simple como ver a unos niños jugando a la pelota; me encantaría conocer que siente la gente cuando a través de un cristal ve un paisaje lluvioso y nublado; me gustaría saber qué sensación tienen las personas cuando ve una bandada de gaviotas sobrevolando sus cabezas. Cosas tan insignificantes y a la vez tan colosalmente maravillosas como estas me hacen feliz.


¿Alguien se ha parado a pensar alguna vez en un huevo? Es algo tan simple como magnífico. Un gran invento sin técnicos, sin científicos, sin nada. El huevo es una maravilla. A esto me refiero cuando la sociedad no es capaz de resolver la metafísica de las Cosas. Es un ejemplo de la superfluidad en la que nos sustentamos. Nos quedamos estancados en la imagen, en el objeto en sí, pero no acostumbramos a profundizar.


Esto último es un ejemplo de José Luis Sampedro del cual me he servido para ilustrar todo lo que he dicho anteriormente.
Si os interesa aquí dejo el link de la entrevista a este escritor. Es muy interesante. Tuve que hacer un trabajo de esta entrevista los primeros días de curso, y de verdad merece la pena leerla:

martes, 1 de noviembre de 2011

Mi noche de Halloween

¿Cómo podemos conocer la frontera que está entre la razón y la demencia?
Con el paso del tiempo los recuerdos se deterioran, perecen, o cuanto menos, agonizan.
No sabría decir cuantos años hace ya de los crímenes que se me acusan y que nunca cometí.
A veces, es mejor afrontar la realidad tal y como se nos viene encima. Hay cosas que no tienen explicación, aunque muchos intenten encontrarla.
¿Qué puedes hacer cuando todo apunta a ti y eres inocente? O al menos, eso recuerdas.
Esta fue la historia que repetí cientos de veces, pero naturalmente nadie creyó en ella, nadie cree en las historias de Halloween:


Ajenos al mundo, entre jadeos y gemidos descontrolados, perdimos la noción del tiempo. Allí nos encontrábamos. Haciendo el amor como si no hubiera mañana. Entregados el uno al otro en una pasional burbuja de infinito y desmesurado deseo sexual.
El sudor recorría en forma de lágrimas el canal que daban paso mis pechos palpitantes y se perdía en mis caderas, como ríos rebosantes de vida.
Lentamente, me deslizaba por su cuerpo empapado provocando una tremenda excitación, haciendo que sus músculos se endurecieran al paseo de mis labios recorriendo su vientre, llegando a lamer ciertas partes que hizo estremecerse de placer…

Poco a poco y llegando al punto álgido del momento, fuimos despertando de aquella fusión carnal en la cual nos encontrábamos absortos. Nos abandonamos exhaustos al calor de nuestros cuerpos hasta recobrar las fuerzas para levantarnos. Antes de que él lo hiciera, me incorporé súbitamente sorprendiéndolo con un mordisco en la oreja para luego comerle el cuello a besos.

Los gritos de Sarah hacían eco en nuestros oídos traspasando los cristales de las ventanas, vibrantes como zumbido de abeja ante un tono tan extremadamente agudo como el de ella.
-         ¡Robert!, ¡Marina! –chilló- ¡Salid ya u os quedaréis sin jugar! ¡Vosotros veréis!
Rápidamente nos vestimos y salimos de la caravana, antes de que Sarah hiciera estallar los cristales en mil pedazos.

Fuera de la caravana nos aguardaba una inmensa y amarillenta luna llena con nubes nocturnas danzando al son de la noche. Allí estábamos, albergados en lo más profundos del bosque, sin más protección que nosotros mismos y sin más refugio que la caravana de Mike.  

Fue una locura, siempre lo diré. Una vez nos adentramos en el bosque, la negra espesura de la noche nos envolvió en sus gélidas alas, perdiéndonos en la soledad de aquel santuario de vegetación.

Algo captó mi atención. Un búho nos observaba con sus ojos amarillos desde la rama de un sauce. Empezó a ulular rompiendo el silencio tenebroso. Al cabo de unos segundos cesó. Alcé la mirada al cielo, para contemplar como las nubes pasaban más deprisa de lo normal. Me estremecí ante tan siniestra situación.
Un atisbo de cordura me hizo reflexionar sobre si hubiese sido mejor quedarnos en alguna casa viendo películas de terror, pero ya era demasiado tarde para echarse atrás. Comenzaba la noche de Halloween.

-         Marina, no te quedes ahí. Ven a jugar – me invitó Sarah.
-         ¿A qué?
-         Robert ha traído un juego nuevo.
-         Sorpréndeme, mi amor –dije con sarcasmo acercándome al corro que habían formado, sin ser consciente de la tragedia que se cernía sobre nosotros.
-         Lo encontré en el desván. Es un juego que tiene siglos. Ha pasado de generación en generación. Lo tuvieron mis tatarabuelos, seguidamente mis bisabuelos, luego mis abuelos, y finalmente mis padres. Es parecido a la Ouija, simplemente es más acojonante.
-         ¿Y en qué consiste? –preguntó Mike expectante. Le atraía mucho toda cosa que tuviese historia. Su padre era anticuario, y como tal le inculcó ese placer y curiosidad por los objetos olvidados.
-         Se llama daemonium revertit. Ponemos el tablero en medio, de forma que nosotros hemos de colocarnos a su alrededor. Solo pueden jugar cuatro personas, es decir, los que estamos aquí: Marina, Mike, Sarah y yo. Cada uno se sentará en una esquina del tablero y hablará con su respectivo demonio. Podrá hacerle un máximo de tres preguntas y luego rotaremos, ¿de acuerdo?
-         ¡Oh, vamos! Esto es ridículo…-rei.
-         Eres una cagada, ¿lo sabías? –espetó.
Robert me conocía muy bien. No hacían falta demasiadas palabras para incitarme a hacer algo contra mi voluntad para demostrar mi valentía. Así que decidí jugar.
-         ¿Cagada dices? A ver quién es la gallina que se retira primero- solté.

Robert comenzó a hacer la primera pregunta, luego Sarah, después Mike y… finalmente mi turno. No llegué a articular palabra cuando el tablero comenzó a moverse.
Asustados, todos dimos un salto hacia atrás, abrazos como niños en noche de tormenta.

Se desató un fuerte viento llevándose consigo a Sarah, lanzándola con violencia contra un tronco de árbol calcinado.
Presos del pánico tardamos varios segundos en reaccionar ante el aullido de socorro de Sarah.
La así por los brazos para ayudarla a levantarse, cuando apareció de entre las sombras una figura corpulenta que inspiraba terror. La tenue luz de la luna incidió en su rostro dejando ver un semblante desfigurado, con jiras de carne desprendidas de su faz maléfica. Agarré a Sarah con todas mis fuerzas, pero cuanto más me oponía a mi adversario sus ojos rojos y ensangrentados se dilataban clavando su mirada en los míos.

Di varios pasos atrás, colocándome junto a Mike y a Robert. Aquel despojo viviente dio un paso adelante, nos brindó una risa demoníaca y luego prendió en llamas con Sarah.
Pudimos observar con el corazón paralizado como Sarah se deshacía entre alaridos. Su rostro y su cuerpo se fundían como lava, desprendiendo un hedor a carne quemada.

Robert, Mike y yo nos encogimos abrazados, temblando. Es curioso como el pánico es capaz de tragar todo un mar de lágrimas y acallar un valle de sufrimientos enquistados en el alma.

Una vez pasó todo volvió la calma, pero no por mucho tiempo. Después de tan largo rato sumidos en el regazo de un silencio espectral, el primero que reunió valor y coraje para emitir palabra fue Robert.
-         Chicos, voy a recoger las cosas. Las meteré en la caravana y mañana temprano abandonaremos este lugar. Cerraremos bien todas las ventanas y la puerta.
Mike y yo solo conseguimos asentir.

Robert desapareció en la oscuridad. Mike y yo nos mantuvimos sumidos en el silencio.
No pasaron ni dos minutos cuando escuchamos ruidos extraños. Aquel vociferar parecía salido de las entrañas de una bestia.
Nos acercamos donde estaba la caravana para reunirnos con Robert. El horror iba en aumento: Robert yacía encima del tablero. Sus extremidades estaban completamente descuartizadas y sus órganos colgaban por todas partes, quedando su vientre mutilado.
El riachuelo de sangre nos alcanzó los pies.

Mike y yo. ¿Quién sería el siguiente? Ambos nos cogimos de la mano. Apretamos la mandíbula y corrimos cuanto pudimos hasta llegar a la caravana. Entramos, cerramos las ventanas y pusimos una barra de metal en la puerta.

Nos tumbamos en el colchón que habíamos dispuesto en el suelo Robert y yo antes de que la fatalidad se hubiese desatado.
Cogimos una manta y nos tapamos, sin soltarnos de la mano. Un tiempo después conseguimos tranquilizarnos. Cerré los ojos.

Desperté. Me había quedado dormida. ¿Cómo pude haberlo hecho? Tal vez con la esperanza de que al despertar todo fuese una pesadilla.
Sentí húmeda la manta y el colchón. Estaban condenadamente húmedos y fríos. Demasiado…
Me incorporé súbitamente. El suelo, el colchón, la manta,… todo, absolutamente todo era un mar de sangre y cristales.
Una de las ventanas estaba rota, y la cabeza de Mike descansaba sin cuerpo a mi lado, con los ojos en blanco y una mueca de dolor dibujada en sus labios morados.
Las náuseas se apoderaron de mí. Me encerré en el baño durante un par de horas. Sin duda, aquella fue la noche más larga de mi cruda existencia.

Me armé de valor. ¿Qué hacía yo encerraba en el baño de la caravana mientras mis amigos estaban muertos?
Salí afuera. Desde allí podía ver no muy lejos el cuerpo de Robert comido ya por los insectos.
Me aposté en la puerta, ahora sí, llorando. Ya no me importaba nada. Había perdido a mis amigos y al amor de mi vida. Solo quedaba yo, así que esperé horas y horas para enfrentarme a un extraño que nunca llegó.

Por fin amaneció. No podía creer que pudiera ver nuevamente el sol, aquel fenómeno que parecía no había visto en una eternidad.

Arranqué la caravana para volver a la cuidad. Me esperaba lo peor: dar explicaciones de lo sucedido. ¿Cómo justificaría la mugre en la que estaba envuelta, las muertes de mis amigos, mi ropa raída,…?

Dos semanas después…

El inspector Jakobson me mostró la segunda columna de la primera portada del periódico del día:

Tras dos semanas de incertidumbre, el juez Abbot ha dictaminado sentenciar a la acusada Marina Holder a cadena perpetua tras estudiar los crímenes acontecidos en el bosque cerca de Norland.

-         ¿Y mis padres?-pregunté después de estar varios minutos en silencio.
-         En casa- respondió.
-         ¿No piensan venir a verme?
-         No por el momento. Están muy afectados, Marina.
Las lágrimas comenzaron a emanar por mis ojos anegados de rabia ante tal impotencia.
El inspector me miró comprensivamente y por última vez después de dos semanas preguntó:
-         ¿Por qué no cuentas la verdad?
-         No estoy segura de que la haya.
-         Sabes lo que te espera ahí dentro.
-         Ya me había hecho a la idea. ¿Para qué esperar más?

viernes, 28 de octubre de 2011

Ubi sunt

Cavilando en la Soledad
de la noche fría y pasada,
recuerdos tintineaban en
mi mente y en mi corazón.

Eran recuerdos de seres,
de seres que ya no volverán;
sus rostros se iban y venían,
como las olas del ancho mar.

Lágrimas caían por mis ojos,
ojos anegados de pesar,
pesar sin sentido absoluto,
pues ellos no volverán.

Dónde estarán aquellas almas,
almas que la muerte arrebató,
las arrebató efímeramente,
durmiéndolas en mi corazón.

Aciago día

Una oscura mañana de invierno despiertas. Son las 7 y tienes que levantarte. ¿Por qué? Piensas. ¿Qué pasaría si un día, tan sólo un día, me hiciera desaparecer entre el calor de las sábanas? Cierras los ojos esperando respuesta. No la hay. Entonces lloras, cierras los ojos y te acurrucas en la tibieza de la cama. Es tu único consuelo. Vuelves a abrir los ojos con la esperanza de sentirte algo mejor. Pero no. Lo ves todo más gris. La tristeza te acaricia los parpados y los vuelves a cerrar. Deseas que el día pase rápido, muy rápido. De nuevo, intentas abrir los ojos. Lo haces, pero ahora, ¿ahora qué?
Aquí es cuando te preguntas ¿qué es ese dolor que me oprime el pecho? ¿Por qué se desvanecieron mis fuerzas? ¿Por qué quiero estar solo? ¿Por qué no siento nada?
Y lo más desconcertante ¿Por qué estoy llorando?
Hurgas en tu mente, en ti e intentas averiguar qué está pasando ahí dentro. Mientras tanto, pasan un par de horas y aún no te levantas. Ante la ausencia de respuestas aprietas los puños y haces un esfuerzo descomunal por levantarte. Lo consigues. Pero aún continúas dormido envuelto en las alas del sueño. Pero no ese tipo de sueños que todos sentimos al caer la noche. No. De ese sueño no se despierta. Siempre te encuentras sumido en él. Es entonces cuando inspiras aire y suspiras lastimeramente.
Entonces comienza el día…

Llega la noche. Te refugias en el seno del calor de las mantas. Esperabas con ansias este momento. Te embriaga el cansancio y te sumerges en un mundo que lentamente se nubla. Cierras los ojos por un instante. Los abres. Descubres que ya es de día. Adivina.
Ves el día más negro que el anterior. Son las 7 y tienes que levantarte. ¿Por qué? Piensas.